Notas de la producción
Libre Producciones presenta su primer largometraje de ficción. En realidad, la primera piedra de El mal del arriero la pusimos hace veinticinco años cuando, asumiendo los riesgos y sorteando los azares de enfrentarse a un contexto complicado, nació una productora audiovisual a la que desde entonces llamamos así, Libre Producciones. LLegados al año 2013, y tras abrirnos no pocos huecos en el sector (a menudo tirando de gruesas podaderas), conseguimos levantar El mal del arriero. Una obra nuestra, rodada desde la independencia creativa y financiera, en medio del más crudo invierno de los últimos setenta años, y en mitad también de la crisis social y económica más árida de los nuevos tiempos. El azar nos condujo al momento oportuno. No queríamos hacer películas, queríamos hacer cine. Y para hacer cine hay que tener una razón…que no sea sólo un intento de entrar en el mercado.
Como está mandado, iniciamos el rodaje de El mal del arriero por el epílogo, es decir, por la localización más lejana, dado que encima coincidían. Y empezamos en Cabo Espichel, Portugal, acantilados y faro frente a la tempestad, un 16 de febrero de libro: frío y lluvioso. Ilusionados, dispuestos y, ya desde primera hora de la mañana, embarrados hasta las cejas, mejor no preguntar como quedaron las alfombras del hotel. Un actor principal, José Vicente Moirón, apasionado por su oficio y presente en la práctica totalidad de las secuencias, implicado en el proyecto como el que más. Alrededor de su caracterización como el protagonista Elías Redondo, fluía el solemne esfuerzo diario de dieciséis personas, a las que sumar un reparto coral, de intermitente presencia, compuesto por más de veinte intérpretes. La planificación y el rodaje de las escenas nos llevaría, durante cuarenta y cinco días consecutivos, a recorrer geografías y localizaciones adecuadas a la trama: la decadencia, la sordidez, el desmoronamiento…
Pasaron muchas cosas durante el rodaje, afortunadamente todas buenas y constructivas. Tuvimos mucha suerte: la dependencia entre unos y otros, y la cohesión y el notable empeño de todo el equipo por ahuyentar cualquier desdén, hicieron posible que se filmaran las secuencias previstas en el guión en el tiempo asumido para ello, y con la naturalidad que sólo propician el entusiasmo y la generosidad puestas al servicio del arte, o más concretamente de la creación artística en conjunto. En este punto nos remitimos a las palabras de Orson Welles: “El enemigo del arte es la ausencia de limitaciones”. Hemos de reconocer que si algo no nos ha faltado desde 1988, han sido precisamente limitaciones.
El resultado del rodaje: satisfacción, enamoramiento del oficio, nostalgia, ganas de repetir, de seguir contando historias. Y tras tener El mal del arriero montado, tras una larga tarea de postproducción y etalonaje a cargo de Juan José Rodríguez García y Rafael Mellado, más satisfacción aún. Estaría bien poder llenar todos los renglones citando a quienes estuvieron delante y detrás de la cámara, pero pueden visitarse sus rostros y oficios en otros apartados de esta web. Ellos, en cualquier caso, han sido los artífices de que el intenso rodaje y el no menos exigente montaje de la imagen y el sonido de El mal del arriero hayan dado lugar a la película, al cine que deseábamos.